Isabella despertó con un grito ahogado y casi se atragantó a causa de la repentina inspiración.
La sábana cayó de su rostro cuando se sentó en la cama. Él vio la desorientación reflejada en su rostro cuando miró en torno de sí, y paseó la vista por la habitación que la rodeaba para intentar fijarla en algo real que le permitiera concentrarse. Él ya no podía recordar sus propios sueños de muerte, pues los había tenido hacía tantísimo que el tiempo prácticamente los había borrado, para dejar sólo un vago recuerdo de incomodidad y ahogo. Pero aún estaban presentes y vivos en la mente de su esposa. La sangre los amortecería... llegado el momento.
-¿He vuelto junto a ti? -preguntó-, ¿o es esto otro sueño febril que ha venido a mortificarme?
Vlad se sentó sobre el borde de la cama, junto a ella.
-Has regresado a este mundo, dulce amor mío. -Tomó una mano de ella entre las suyas, y se maravilló ante los delicados huesos y venas que había justo debajo de la piel.
-¿Cómo puedo saberlo? Me siento tan... débil. El aire huele a polvo. ¿Puedes oler eso? Es un perfume que me resulta muy poco familiar. Polvo. Y muertos insepultos. Ese aroma agridulce es mi propio olor, ¿verdad? Mi carne ha cambiado.
-Es el hedor del rigor mortis; en el transcurso de las pocas horas que median entre la muerte y la no vida, tu carne se ha corrompido como se corrompe toda la carne. Los almizcles lo enmascararán, y con el tiempo desaparecerá.
-¿Y la sed? -preguntó ella, que se tocó los labios con los dedos.
- Nunca se desvanecerá, aunque aprenderás a dominarla.
-¿Y esta espantosa excitación que recorre mi cuerpo? ¿Se desvanecerá también o arderá en mi interior por toda la eternidad?
-Eso es la sangre. -Alzó la mano herida. Aunque la muñeca ya había comenzado a cicatrizar, aún había sangre coagulada en el lugar en que se había abierto la vena para darle de beber a ella-. Nuestros cuerpos se conmueven y vibran al percibir la fragancia de la vida. Es algo más que mera excitación; es la serenidad de la vida, y todos nuestros ancestros, inhalados en un solo aroma embriagador. La sangre que has bebido, mi sangre, contiene rastros de todas las mujeres y hombres de los que me he alimentado, y de sus progenitores, y así sucesivamente, hasta remontarse a tiempos inmemoriales. La sangre es la vida.
-No siento... -se tocó los costados de la cara, y luego hizo las mismas exploraciones en el rostro de él-, nada, ni felicidad, ni esperanza, ni tristeza ni desesperación... me siento... vacía.
-Ésa es nuestra maldición -admitió Vlad-. en nuestro interior no hay nada que podamos reconocer como humano. Somos envases vacíos.
-¿Entonces, cómo...? -comenzó Isabella, pero no quiso continuar con ese pensamiento-. Nunca lo hiciste, ¿verdad? Nunca te enamoraste de mí.
Vlad no dijo nada. Era la única respuesta que podía darle.
Sus ojos estaban oscuros y manchados, y su respiración era jadeante. Los primeros momentos de la transición siempre eran difíciles.
-Puedo hacer que te traigan carne cruda y sangrante. Ayuda, aunque nunca es lo mismo que la primera vez que bebes la sangre de alguien.
Entonces ella lo miró como si viera a un extraño.
-¿Cuándo debo beber sangre? ¿Con qué frecuencia? Me siento débil como un cordero.
-Saldremos esta noche, cuando la luna esté alta. Te buscaremos algo dócil para esa primera sangre. Si quieres sobrevivir, aún te queda mucho por aprender acerca de esta nueva vida que has hecho caer sobre ti misma.
Ella tendió una mano hacia él y le aferró la muñeca.
-Dame más sangre. -Se le dilataron las fosas nasales al olerlo-. Tengo hambre.
Él retiró la mano.
-Ya no hay sustento en mi sangre -mintió-. Está muerta. Tú ansías la sangre de vida.
Eso no era verdad; ella había saboreado el poder del linaje de él, en esencia, el poder del propio ser humano. Permitir que bebiera más lo debilitaría a él, y la fortalecería indebidamente a ella. Sería un estúpido si considerara siquiera alguna de las dos cosas.
-¡Dámela!
Vlad la abofeteó, un golpe que le causó escozor en la mejilla.
-No eres ninguna doncella cuya castidad sueñe robar con bonitas palabras, y dentro de mí no hay nada capaz de amar lo que tomo. No cometas el error de pensar que estoy unido a ti por una especie de adoración mística. Ahora eres de mi sangre. Puedo destrozarte si así lo deseo, y apartarte a un lado si es mi capricho.
Entonces, ella lo miró con el horror reflejado en la cara al entender que los mismos apetitos voraces que ella sentía aún ardían dentro de él. Vlad le soltó la mano. Ahora podía oler el fuego del interior del cuerpo de ella, el olor de la sangre que iba empapándole los órganos por debajo de la piel, y se le metía en la carne que regaba con sus suculentos humores. Y aunque él aún recordaba el sabor de ella en las papilas gustativas, ella ya era más potente, acabada de nacer a la no vida. Y sin embargo, era diferente, había algo erróneo en ella. No había miedo en su despertar, no había pánico. Se mostraba serena, casi racional. Él no había visto nada parecido antes. Aquellos a los que había dado la no vida habían, al menos al principio, luchado contra la pérdida de humanidad y el consiguiente vacío que se abría donde antes había estado su esencia. Isabella simplemente lo aceptaba. Incluso lo agradecía.
-¿Te alimentarás de mí? -Le ofreció una muñeca con un gesto que era una parodia de erotismo al acercarla a los labios de él-. Bebe hasta hartarte, vacíame. Yo escogí caminar para siempre a tu lado, Vlad mío. No sabía que eras incapaz de sentir amor; siempre pensé... -Dejó que las palabras se apagaran hasta el silencio.
-Que éramos almas gemelas, el bebedor de sangre y su compañera, y sin embargo ahora entiendes que no hay alma dentro del recipiente, y te sientes perdida porque el mundo que creías entender no es como lo imaginabas. Yo no necesito beber de ti, pero tú vas a tener que alimentarte pronto.
>>Levántate, vístete, mi reina de la sangre, y luego vayamos a buscar un poco de sangre fresca para ti.
-Contéstame a esto: ¿Por qué todavía te amo, si no hay nada?
Y para eso él no tenía respuesta.
STEVEN SAVILE
Trilogía de Von Carstein; Las Guerras de los Vampiros:
Herencia.
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