Invoco tu nombre y tu rostro como una dulce medicina. Cuando estoy enferma, o cuando simplemente no puedo dormir, tan solo tengo que cerrar los ojos, acurrucarme de lado abrazada a una almohada o a mi propio pecho, y recordarte.
Voy pensando en cada parte de tu cuerpo, repasando tu anatomía sin orden ni concierto.
Lo primero siempre son tus ojos. Ese azul intenso, penetrante... y que no resulta frío. Y cuanto más pienso en ellos, más creo que no me fijo lo suficiente, que nunca será suficiente.
Les siguen tus labios, tan suaves y carnosos, que dejan vislumbrar cuando sonríes tu dentadura perfecta.
Está tu nariz, larga pero asombrosamente fina y recta.
Y está tu voz joven y tierna, que en un susurro consigue de mí cualquier cosa y a la que no puedo decir que no.
Recuerdo tus brazos fuertes, tus piernas aún más fuertes, tu pecho, tus hombros sobre los cuales me encanta dormir.
Te imagino tumbado detrás de mí, desnudo, abrazado a mi espalda. Siento tus manos tan cuidadas acariciándome tiernamente, como meciéndome. Y sobretodo recuerdo tu suave, suave piel pegada a la mía, y tu calor. El calor de la piel de cada persona, así como su olor, es diferente, y sólo se que desde el primer día el tuyo me relaja, me hipnotiza, me estimula. Sé que en tu abrazo no puede pasarme nada, y me siento querida.
Y así es como a medida que pienso en todo esto, las imágenes se van tornando borrosas, y pasan a ser sensaciones. Y cuando las sensaciones también se emborronan, es cuando voy durmiéndome, poco a poco... Dulcemente... Relajada... Poco a poco...
1 comentarios:
Que bonito¡¡¡¡¡¡¡¡....no me extraña que no puedas dormir recordando tantas cosas...je,je
Besitos y encantado de volver a leerte
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